El lunes por la mañana me levanté
temprano (había descubierto que mi cama no era demasiado buena, a veces algunas
tablas del somier se desprendían y yo acababa en el suelo…), me adecenté y
llamé al teléfono que el director del master me había dado como único medio de
contacto con la dirección del museo. Mientras marcaba, me venían a la cabeza
las palabras de ánimo que, durante el verano, mi querido progenitor me había dedicado
(¿Y quién te dice que ese teléfono está bien? A lo mejor estás llamando a
Pescadería Manolo. Ya te veo viviendo debajo de un puente). El caso es que
contestaron y acerté de pleno, porque era la mismísima directora del museo. Me
dijo que me presentara allí en media hora y eso hice.
| Museo d'Archeologia e d'Arte della Maremma. |
Cuando llegué me encontré a una tipa que salía del edificio medio corriendo. Cuando me vio se paró en seco, se presentó como la directora y me dijo que ella se piraba, pero que volvía luego, así que ya hablaríamos. Mientras podía conocer a los chicos del servicio de acogida y que me enseñaran un poco la colección. Todo esto sin yo decir ni esta boca es mía. A veces pienso que si en vez de ser yo el que pasaba por allí llega a ser un albano-kosovar de esos chungos, medio museo podría haber acabado en el mercado negro.
Al entrar me encontré de cara a tres
chavales, bueno, 2 chavales y una señora un poco más crecidita. Si en ese
momento me hubieran dicho todo lo que iba a compartir con ellos en los próximos
meses no me lo hubiera creído. Ellos eran Luca y Francesco. Me recordaron un
poco a Astérix y Obélix. Luca era bajito, moreno con el pelo rizado y perilla.
Francesco en cambio parecía un guiri, alto, regordete, rubio y de piel rosita.
Los dos eran bastante jóvenes, más o menos de mi edad. Ella era Mónica, unos
cuarenta, bajita, morena. Luego supe que los chicos trabajaban en el museo como
guías a través de una cooperativa, mientras que Mónica estaba haciendo las
prácticas obligatorias para la carrera de arqueología.
Fue Luca el que se ofreció a hacerme
la visita guiada. Recuerdo que hacía un bochorno de muerte y que no paraba de
sudar mientras recorríamos las salas. La colección era alucinante, no entro en
detalles pero, resumiendo, consistía sobretodo en materiales de época etrusca y
romana provenientes de la provincia (justo lo que me interesaba). El último
piso estaba ocupado por la colección de arte sacro (el nombre oficial del museo
es Museo Archeologico e d’Arte Sacra della Maremma, en resumen, dos museos en
uno) con lo típico, cuadros de Vírgenes, estatuas de cristos, cálices, cruces y
esas cosas que sinceramente, no me interesan demasiado.
| Sala de las estatuas. |
| Ajuar de la Tumba de los Marfiles, encontrada en Marsiliana de Albegna. |
Durante la visita conocí al resto del equipo
que trabajaba allí: Cristina, la restauradora, dos arqueólogas, Fiamma y Lucia,
guías, y un señor que se llamaba Paolo y que aún hoy no sé a qué coño se
dedicaba allí dentro. Y nunca se lo pregunté, porque no entendía nada de lo que
decía, podría decirse que hablaba raro. Y la sorpresa fue Osvaldo, un jubilado
de correos apasionado por la arqueología y que trabajaba allí por amor al arte,
sin ningún tipo de cargo. En resumen, uno de los muchos personajes de esta
tierra y del que os hablaré más adelante con detalle.
Cuando conseguí hablar con la
directora, no me aclaró demasiadas cosas. No me dijo en que consistiría mi trabajo,
sólo que ya me lo iría diciendo Osvaldo sobre la marcha. De vuelta a la tienda
del museo, me regalaron un montón de libros: la guía del museo, la guía de la
ciudad, la guía para niños… Fue gracias a la guía de la ciudad que pude
informarme un poco sobre su historia y por tanto, hacer lo que dije en el post
anterior, conocerla un poquito mejor. Pero eso ya lo dejo para otro día que ya
bastante rollo os he soltado por hoy.
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