Junio de 2009, Salamanca, facultad de filología. El director del master me dice que me han aceptado para hacer las prácticas en el museo arqueológico de Grosseto… ¿Y eso donde carajos está?
2 de septiembre de 2009, estación de tren de Grosseto. Son las 4 de la tarde, hace un calor de narices y llevo en el cuerpo un viaje de avión de dos horas desde Barcelona y otro en tren de hora y media desde Pisa, todo ello acompañado de un mochilón, la maleta, la mochila y el zurrón (Consejo: siempre que podáis, viajad ligero…). La estación es pequeñaza, varios turistas, algún rumano malencarado, un par de pobres… Lo típico. Más perdido que un piojo en un culo, salgo a la calle buscando a Michele, mi compañero de piso. He alquilado una habitación que encontré en una página de Internet solo por un mes. No me molaba la idea de alquilar algo sin haberlo visto antes, pero bueno, siendo solo un mes, si salía bien genial y si salía mal, es solo un mes.
| La estación de Grosseto. |
Encuentro al muchacho… médico, 33 años, de Bari. Vamos a casa en su coche, menos mal que ha venido a buscarme porque está al otro lado de Grosseto. Primera impresión de la ciudad… muy normalita, sin nada especial, más grande de lo que me esperaba y ni rastro de un centro histórico ni nada que se le parezca. ¿Pero esto no es
La casa resulta ser un apartamento de dos pisos, en un barrio residencial nuevo a las afueras de la ciudad, tranquilo y a quince minutos andando del centro. Mi parte de la casa es el segundo piso, con una habitación algo pequeña, un baño y una peazo cacho de terraza. Las vistas no es que sean nada del otro jueves, pero mola tener todo ese espacio. Hasta hay un par de tumbonas y una mesa.
| Las vistas desde mi megaterraza. |
Lo primero que hago en mi nuevo hogar es ir a la compra. Michele me lleva a un Eurospin, una especie de Lidl, que es lo más cercano y barato, en medio de un polígono. Lo curioso es que para llegar tenemos que pasar por un descampado donde han puesto un circo ambulante que tiene a los animales en corrales. ¡Hay hasta un elefante! Los siguientes días será muy bizarro eso de pasar al lado de cebras, llamas y paquidermo con las bolsas de la compra. Y será gracias a este circo y sus animalillos que empiezo a ver como funcionan aquí los servicios públicos, sobretodo el de limpieza. El circo se fue al cabo de unos días, pero la mierda de los bichos se quedó y nadie la recogió en ningún momento. Y mira que Dumbo echaba unas bostas como cabezas. Pues allí que seguían cuatro meses después, debajo de un árbol (Y no exagero, cada vez que pasaba por allí en coche me fijaba).
Cuando la nevera estuvo llena, Michele, muy majete el hombre, me llevó a dar una vuelta por el centro. ¡Por fin! Un centro histórico, con sus monumentos, su catedral y, sobretodo, su museo, que era donde iba a currar. El centro me pareció muy mono, separado del resto de la ciudad por unas murallas impresionantes, las calles peatonales, alguna iglesia, un par de plazas chulas (en una de ellas estaba el museo) y tranquilo… demasiado tranquilo. Vamos que eran las nueve de la noche y allí no había ni Dios por la calle. Fue entonces cuando empecé a sospechar que no iba a tener muchas opciones de fiesta en esta tierra.
Y por supuesto, no falto el momento Frisi. Resulta que en este sitio la cárcel sigue estando en medio de la ciudad, un edificio pequeñito y bastante lúgubre, que te encuentras nada más atravesar la muralla. Parecía la prisión de los cliks, hasta el punto de que había gente en la calle hablando con presos que se asomaban entre las rejas de las ventanas. Hasta aquí nada sorprendente, y menos para un nativo de Carabanchel, que eso lo lleva viendo desde crío. Lo que me llamó la atención fue que, después de estar hablando en italiano todo el día, me di cuenta de que a estos les entendía más que bien. Y tanto, eran sudamericanos y hablaban en español.
| La cárcel de Grosseto. |
De vuelta a casa me fui directo a la habitación, deshice las maletas, hice la cama y me asomé a la terraza. La noche era fresca, no se oía ningún ruido, sólo los grillos y (no es coña) un barrito del elefante. A lo lejos, muy pequeñito, el campanario de la catedral iluminado destacaba entre las siluetas de los edificios. Empezaba una nueva fase y la cosa de momento pintaba bastante bien. Cierto, tenía que ponerme a buscar una casa, ir al museo y enterarme de en qué consistirían mis prácticas, pero el buen ánimo lo tenía y con eso se llega a todas partes. Más difícil que en Inglaterra no lo iba a tener así que si pude con aquello…
Y en estas estaba, con mis movidas mentales, cuando noté un pinchazo en el cuello. Me di un golpe con la mano y fue entonces cuando descubrí otra de las muchas y encantadoras facetas de esta tierra: los mosquitos tigre.
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