miércoles, 15 de mayo de 2013

Las vías cavas.


Siempre he pensado que una de las mejores cosas que me han pasado en la vida ha sido el haber tenido unos padres a los que les gustaba viajar y que afortunadamente podían permitírselo. Desde que mi hermano y yo éramos pequeñajos hemos estado recorriendo España y parte de Europa, hasta el punto de que ya podemos hacer cualquier cosa en el coche sin marearnos. El gusanillo se nos metió bien dentro, de forma que ahora somos nosotros los que a la mínima cogemos el coche y nos escapamos donde buenamente se pueda. Por eso os recomiendo una cosa: si sois de los que les gusta llevarse consigo una guía de viajes, la que sea, aprended a pasar de ella llegado el momento, o por lo menos, a darle una oportunidad a las cosas “secundarias” de las que a veces hablan.

Cuando me fui a vivir a Italia me llevé no una sino dos guías, una de toda Italia y otra de la Toscana. No os voy a decir la marca ya que ninguna me paga por hacerles publicidad, cosa que tampoco necesitan porque son más famosas que la Coca-Cola. En ellas se hablaba de las grandes ciudades monumentales y de lugares turísticos de primera línea, pero muy poco de la Maremma En concreto la de Italia no decía nada en absoluto y la de la Toscana, un poco de Grosseto, de las termas de Saturnia, de las que ya os hablé una vez, y de algún pueblecito. Y en ninguna de las dos había una sola palabra de lo que os voy a contar hoy, que fue una de las mayores sorpresas que me encontré en Italia: las vías cavas.

Una de las vías cavas de la necrópolis etrusca de Sovana.

Una vía cava es un antiguo sendero o calzada de origen etrusco (sí, ellos otra vez) que se caracteriza por estar excavada en la roca. De hecho, cava en latín significa foso, zanja o cueva. Son una especie de trincheras, a veces muy profundas, que cortan el terreno y suavizan el desnivel entre los valles de los ríos y los altiplanos, obteniendo así un camino recto y con una pendiente más o menos constante. Esto, que parece un trabajo de chinos, no era tan difícil como se podría pensar, debido al tipo de roca. El tufo (no, no estoy de coña, se llama así) es una roca volcánica, bastante blanda y fácil de trabajar cuando está mojada, que permitía excavar estos tajos en un tiempo bastante reducido y con herramientas simples.

Para que veáis que no miento con el nombrecito, aquí tenéis el letrero de una tienda de artesanía de Sovana.

Pero estas vías no siempre fueron como las vemos hoy. Cuando a los etruscos se les ocurrió la idea y se pusieron a picar como locos, no las hicieron tan profundas, no era necesario. El motivo de que ahora algunas alcancen varios metros de profundidad es de nuevo el dichoso tufo. Con el tiempo, el agua, las ruedas de los carros y el tráfico de personas y animales en general, hacía que la superficie de la carretera se erosionara hasta tal punto que quedara impracticable. Así que para arreglarlo, se picaba la superficie eliminando las irregularidades hasta dejarla lisa de nuevo. Así una y otra vez durante cientos de años, porque algunos de estos caminos se han estado utilizando hasta la construcción de las carreteras actuales, de forma que el nivel bajaba y bajaba.

Si a estas alturas ya os ha entrado la curiosidad y os apetece visitar estas maravillas en vuestra próxima escapadita a Italia, tenéis que ir a los pueblos del Valle del Fiora, en concreto a Pitigliano, Sorano y Sovana, ambos en el interior de la provincia de Grosseto. Pitigliano es un lugar que deja a todo el mundo con la boca abierta más que nada por el lugar en el que está. Situado en una pequeña meseta, rodeado de barrancos, sus casas se asoman directamente sobre el precipicio, dándole un aspecto que a mí me recordaba al centro histórico de Cuenca, con sus casas colgadas. En los márgenes de la carretera que sube al pueblo ya empezaréis a ver las indicaciones para ir a las vías cavas. Aquí hay un montón y en la oficina de turismo del pueblo os informarán de cuáles se pueden visitar y de cómo llegar a ellas. De todas formas os dejo un planito  que he cogido de la página web del pueblo para que os vayáis haciendo una idea. Yo estuve en la de San Giuseppe, donde hasta la postguerra cada 19 de marzo se hacía una procesión nocturna con antorchas encendidas, herencia de antiguos ritos paganos.
Vista del pueblo de Pitigliano.
 
Plano de Pitigliano con las vías cavas señaladas con distintos colores.
Via cava de San Giuseppe.
En Sovana, tenéis que ir a la necrópolis etrusca, que está muy cerca del pueblo, al lado de la carretera, de la que ya os contaré alguna cosilla Allí está una de las vías cavas más espectaculares, el Cavone. Mide varios cientos de metros de longitud y es visitable. Cuando caminas por ella, te entra en el cuerpo una sensación bastante inquietante. Es como estar en un largo pasillo oscuro y frío, porque las copas de los árboles de la superficie ocultan el sol durante todo el día. Pero lo que más llama la atención es el silencio. Solo escuchas el sonido de tus pisadas en la gravilla del suelo. Cómo sería de imponente el lugar que mis amigos y yo nos dimos cuenta al cabo de un rato de que hablábamos bajito entre nosotros, como si estuviéramos visitando una catedral. Y todos pensamos lo mismo: no podría estar aquí de noche.


El Cavone.

Pues hasta aquí mi propuesta de excursión de hoy. Espero que os haya gustado y la consideréis si alguna vez estáis por allí cerca. Y si por casualidad sois editores de guías de viaje, ya sabéis, hablad un poco más de ellas, ¡que no os cuesta !
Para más información os dejo algunas direcciones web que pueden interesaros. Están en italiano, pero como aproximación no están mal:
http://www.leviecave.it/index.php?option=com_content&view=article&id=62&Itemid=71
http://www.comune.pitigliano.gr.it/index.php?T1=87000

Muy pronto más y mejor.

sábado, 4 de mayo de 2013

Porque no todo es Maremma: Carrara.


¡¡Hola gente!! Este va a ser mi primer post en esta nueva etapa del blog, que parece que empieza a arrancar definitivamente, así que qué mejor manera de hacerlo que inaugurando una sección nueva. Se llamará como veis arriba, “Porque no todo es Maremma”, y en ella os hablaré de los sitios que visité mientras estuve viviendo en Italia, todos fuera de la Maremma. Todo sea para daros ideas si planeáis un viajecito por Italia.
Y como primera entrada de esta sección he decidido no salir de la Toscana, simplemente cambiaremos de provincia. Por el momento, y hasta que las reformas en la administración del Estado italiano cambien las cosas, la Toscana está dividida en diez provincias. Una de ellas, la situada más al norte, es la de Massa-Carrara, conocida en todo el mundo por su producto estrella, que por una vez no se come: el mármol.
 
Aquí se encuentra el yacimiento de mármol más grande del mundo, que ha sido explotado desde época romana. Los romanos construyeron aquí un campamento militar en el 177 a.C., durante sus luchas contra los ligures, que acabó transformándose en una ciudad, Luni. Con el tiempo, su prosperidad se basó principalmente en las exportaciones de mármol, que en aquella era conocido como “lunense”, ya que la ciudad de Carrara todavía no existía. Muchas de las estatuas de mármol romanas que se ven hoy en los museos fueron en origen bloques de piedra sacados de las canteras de esta zona. Y no sólo lo usaban para las estatuas. Los romanos estaban como locos por este material tan fácil de trabajar, y lo usaban para todo: columnas, losas para decorar edificios, muebles y hasta retretes. Actualmente las ruinas de la ciudad se encuentran en la vecina provincia de La Spezia, en la región de Liguria y son visitables.
 
Muy cerquita está Carrara, y desde allí sale la carretera que sube hasta las canteras, bueno, algunas de las canteras. Sólo hay que seguir las señales “cave”. Los Alpes Apuanos son unas montañas impresionantes, altas, escarpadas y coronadas de blanco, pero no porque haya nevado, al menos no siempre. El color se debe a las enormes canteras en superficie que hay por todas partes y que después de pocos kilómetros empiezan a verse a los lados de la carretera. De aquí han salido los bloques en los que grandes artistas de la historia han esculpido sus obras. Miguelangel, como otros muchos, vivió por aquí cerca durante algunas temporadas para elegir los bloques sobre los que luego trabajaría. De hecho, se sabe que el bloque que utilizó para el famoso David procedía de algún lugar de aquí cerca, aunque no se ponen de acuerdo sobre la cantera exacta.
 
Vista de las montañas cercanas a Carrara con las canteras.
 
Cantera en superficie.
 
Algunas son visitables, previo pago claro está. Nosotros en concreto visitamos unas impresionantes pero no en superficie sino en galería, o sea, subterráneas. Se accedía con un todoterreno a través de una galería de unos 600 metros de largo que acababa en una impresionante cámara subterránea escavada en el corazón de la montaña, toda de mármol, claro. Esta gigantesca cámara se va haciendo más grande a medida que van cortando enormes bloques, que a su vez se trocean en otros más pequeños que se transportan a alguno de los muchos almacenes que pueden verse por toda la región. Menos mal que en la taquilla te daban un casco y un abrigo porque dentro hacía un frío y una humedad del carajo. La cámara es tan increíble que ha sido utilizada varias veces para presentar modelos de Lamborgini y Maserati. Durante la visita, de unos 30 minutos, la guía nos iba explicando el método que usan para cortar los bloques, los distintos tipos de mármol, y demás. Actualmente se hace todo con maquinaria pesada: Unos cables con puntas de diamante cortan los bloques hasta arrancarlos por completo de la pared. Entonces se acumula en el suelo tierra y gravilla o una especie de colchón metálico inflable para amortiguar la caída del bloque y que no se rompa demasiado cuando una grúa lo empuja.
 
El interior de la cámara subterránea.
 
A la salida había varias tiendas donde vendían objetos de mármol de todo tipo. Detrás de una de ellas, un antiguo trabajador de las canteras había montado una especie de museo donde describía la historia de la extracción del mármol a través de herramientas antiguas, fotografías y esculturas.
 
Servidor en el museo del mármol, con un carro tirado por bueyes.
 
Y para terminar la visita, podéis acercaros a Colonnata, un pueblecito de montaña muy cerca de allí y bastante majete, donde podéis tomaros una cañita acompañada de la tapa típica, el lardo di Colonnata, panceta dejada macerar con hierbas en cajas hechas adivinad de qué... sí, de mármol. La verdad es que está bueno, cortado en láminas finitas con pan tostado. Lo venden en todas las tiendas del pueblo, junto con objetos de mármol de todo tipo, más o menos útiles y de gusto más o menos cuestionable.
Desde un mirador se puede ver el valle con las manchas blancas de las canteras alrededor del pueblo. En ese mirador han levantado un monumento dedicado a los canteros, consistente en varias losas de mármol (¿increíble verdad?) con relieves que cuentan la historia de la región.
 
Monumento de Colonnata.

Uno de los relieves del monumento.
 
Pues hasta aquí nuestra primera excursión. Os quejaréis: arqueología, canteras, mármol a saco y panceta, jajaja. Espero que os haya gustado y que os hayáis quedado con ganas de más.

Por cierto, aquí os dejo el enlace a un video de unos 10 minutillos donde se ve como cortan uno de estos bloques en la cantera subterránea que visité (minuto seis en adelante). Está en italiano pero creo que se entiende: http://www.youtube.com/watch?v=szlUVJNleMg
¡Muy pronto más y mejor!

lunes, 29 de abril de 2013

¿Etrus...qué?


Como recordaréis, y si no os acordáis mirad un poco más abajo, en el post anterior os hablé de la excavación arqueológica en la que participamos Ibón y yo durante nuestras prácticas en el museo. Entonces os conté que estábamos excavando en lo que en su momento fue una ciudad etrusca y no me paré a pensar que mucha gente no tiene por qué saber quiénes demonios eran los etruscos. Por eso, pretendo enmendar el error ahora contándoos un poco por encima su historia, ya que en el futuro nos los encontraremos de nuevo bastante a menudo.

La civilización etrusca se desarrolló más o menos entre los siglos X y II a.C. en Italia. Ponerle un final es un poco complicado porque no es que desaparecieran, es que, como otros muchos pueblos, fueron conquistados por los romanos y perdieron poco a poco sus rasgos característicos. Ya los historiadores antiguos no sabían de dónde carajos habían salido y aún hoy se discute el tema. Unos dicen que eran indígenas italianos, otros que llegaron desde alguna zona del mar Egeo. Vaya usted a saber. El caso es que ocuparon una parte importante de la península, con un núcleo en el territorio situado entre los ríos Arno y Tiber y con cierta proyección más allá de los Apeninos, por la zona de Bolonia, en Umbria e incluso en Campania. Fueron, según los griegos, una de las culturas más desarrolladas de Italia en un momento en el que de Roma aún ni se hablaba. La propia Roma, según la tradición, tuvo varios reyes etruscos, alcanzando en ese periodo su primer gran desarrollo como ciudad.

Para poder estudiar mejor una cultura y favorecer su digestión, los historiadores y arqueólogos solemos dividirla en trocitos. Somos así de raros. Pero como esto no es una tarta, esas porciones no dependen del número de niños chillones que haya en el cumpleaños, sino de otras cosas más o menos abstractas. En el caso de los etruscos, estas divisiones vienen fijadas por cambios importantes en el registro arqueológico (en cristiano, los momentos en los que empiezan a aparecer cosas nuevas o distintas con respecto a momentos anteriores). Según esta clasificación, la cultura etrusca se divide en: Villanoviano, orientalizante, arcaico y clásico.

En la fase villanoviana se empieza a ver que esta gente es distinta a las demás. Muchas pueblos y granjas se abandonan y la población se concentra formando ciudades fortificadas, como Cerveteri, Tarquinia, Vulci, Arezzo, Populonia, Vetulonia, Volterra… ¿Por qué justo en ese momento? Ni idea, pero eso implica la existencia de un poder político lo suficientemente fuerte como para controlar un gran territorio. Probablemente existiría algún tipo de monarquías locales. La peña vivía en cabañas de madera y adobe y eran famosos por su habilidad en el trabajo de los metales.

Reproducción de una casa etrusca.

Precisamente, esta zona es muy rica en metales, sobretodo en hierro, que en la antigüedad, una vez que se supo trabajar, valía una pasta, así que no tardaron en empezar a llegar griegos a los puertos etruscos para comprar. Claro está, los etruscos los recibieron con los brazos abiertos y el culo en pompa, porque eso significaba muchas pelas (y jarrones monísimos a precio de saldo). Empieza así una nueva fase, hacia los siglos IX-VIII a.C., la de máximo desarrollo de la cultura etrusca, llamada orientalizante, por la influencia que recibe de estos pueblos procedentes de oriente. Fue una revolución no solo económica sino también cultural. Con los griegos llegaron toda una serie de ideas, conocimientos y objetos hasta entonces desconocidos: la moneda, la escritura, nuevos ritos sociales como el simposio (el banquete aristocrático), materiales nuevos como el marfil o el ámbar, la cerámica griega, nuevas técnicas de construcción y producción y bla, bla, bla. Seguramente grupos de artesanos y comerciantes griegos se instalarían en los centros etruscos, produciendo así una mezcla cultural que explica que ahora encontremos en las excavaciones cosas como escarabeos egipcios, esculturas de dioses orientales o tumbas con leones y leopardos pintados en las paredes, por poner un ejemplo.


Tumba de los Leopardos, en la necrópolis de Tarquinia, en la que se reproduce una escena de simposio.
 
Tablilla de Marsiliana, con el alfabeto griego grabado en uno de sus lados. Es por ahora una de las muestras de escritura más antiguas encontradas en el mundo etrusco.
 
Gracias al comercio, hay cada vez más gente con pelas, por lo que a un cierto punto, las monarquías empiezan a ser sustituidas en algunos casos por oligarquías, en las que el gobierno recaía en unas pocas familias. Un sistema probablemente también importado del mundo griego. A estos gobernantes se les da el nombre genérico de “príncipes”.

El chollo empezó a acabarse entorno al siglo V a.C., cuando el comercio de la zona se ve monopolizado por las ciudades estado griegas del sur, sobretodo por la ciudad siciliana de Siracusa. Los ataques y saqueos continuos de las ciudades y puertos etruscos hacen que se aíslen del exterior. Los materiales y objetos de este período son más cutrecillos y, al contrario que en fases anteriores, las ciudades situadas en el interior ganan importancia respecto a las costeras.

Y llegados a este punto, aparece el tercero en discordia, Roma, que poco a poco comienza a anexionarse el territorio etrusco en su expansión hacia el sur. De hecho, la primera gran conquista de la historia de Roma fue una ciudad etrusca, Veio, en el año 396 a.C. Fue destruida, su población asesinada o vendida como esclava y su territorio repartido entre la población romana. Eso es hacer las cosas bien. Después de eso, la expansión hacia el norte se detuvo durante casi un siglo y pero luego fue imparable.

Mientras que la conquista de las ciudades etruscas del sur fue bastante cruenta, las del norte se fueron uniendo de forma algo más tranquila, de modo que a finales del siglo III a.C. Roma controlaba todo el territorio. Empezó así el proceso de romanización de la zona, que hizo que los etruscos empezaran a adoptar elementos de la cultura romana, perdiendo los propios (unos siglos antes había pasado lo contrario, los romanos habían adoptado bastantes cosas a los etruscos).

Después de eso, lo más destacable fue la conocida como “Venganza de Sila”. En el siglo I a.C., dos facciones se enfrentaron por el poder en Roma: los populares, dirigidos por Mario (tío político de Julio Cesar, que aún era un niño), y los aristocráticos, dirigidos por Sila. Al final ganó Sila, que era un poco cabrón y se dedicó, entre otras cosas, a vengarse de los que habían apoyado a Mario, entre ellos las ciudades etruscas. Muchas de ellas fueron arrasadas, aunque repobladas tiempo después.

Ya entonces poco quedaba de lo que había sido la gran cultura de la costa tirrénica italiana, aunque varios historiadores romanos, entre ellos el emperador Claudio, se interesaron por su historia. El etrusco era ya una lengua muerta en los primeros tiempos del imperio.

Pues hasta aquí hemos llegado. He intentado hacerlo breve aunque me haya quedado un poco largo al final. En el siguiente, más y mejor. ¡Un abrazaco!

domingo, 7 de abril de 2013

¡Anda, como Indiana Jones!

Eso es lo que mucha gente te dice cuando se entera de que estudias arqueología. Normalmente mi reacción es sonreír y decir “Más o menos”, mientras pienso “Con los cojones”. Como profesión es muy romántica, hay que reconocerlo. La peña te imagina abriendo una tumba egipcia llena de momias y tesoros o descubriendo civilizaciones perdidas. No digo que eso no sea posible, alguno hay que llega a hacerlo, pero no es lo habitual.

Por lo general, el arqueólogo trabaja en una excavación, un museo o un laboratorio. En la excavación el curro es muy parecido al de un peón de obra: te levantas al amanecer, curras hasta que hay luz, si hace frío, te jodes, si hace calor, te jodes aún más, estás la mitad del tiempo tirado por el suelo rascando la tierra, comiendo polvo y acarreando carretillas como un condenado. Y todo para seguir un murito de piedra, quitar un estrato de tierra o a veces para darte cuenta de que allí no hay nada. Es cuando llevas currando un mes cuando te das cuenta de que, uniendo el trabajo de todo el equipo, el murito se ha convertido en una casa, en el estrato de tierra ha aparecido un montón de cerámica chulísima o que, aunque aparentemente no hay nada, una mancha más oscura en un rincón puede ser una fosa con muerto dentro. Todas esas cosas, puestas en relación unas con otras, dan como resultado una o varias teorías o interpretaciones que pueden ayudarnos a entender mejor un mundo muy distinto al nuestro y prácticamente desaparecido. Es entonces cuando tu trabajo se vuelve gratificante con la sensación de que has puesto tu granito de arena en algo muy grande.

Eso sí, nada de látigos, ni sombreros, ni tías cachondas, ni manadas de moros que excavan mientras tú miras, ni arcas perdidas, ni stargates. Es lo que hay.
 
 

¿Y a qué viene todo esto? Pues fácil: un día, cuando llegamos al museo, Osbaldo, el abuelete encargado de nuestras prácticas, nos dijo que en un pueblo de allí cerca iba a haber una campaña de excavación y que si queríamos participar. Obviamente nosotros dijimos que sí, y allí que estuvimos tres semanas más felices que nada.

El pueblo se llamaba Vetulonia. Actualmente es un pueblecito de aire medieval en lo alto de una montaña, dominando toda la llanura grosetana. Pero 2600 años atrás en el tiempo (mes arriba mes abajo) era una de las ciudades etruscas más importantes, que controlaba un vasto territorio y cuyas riquezas hicieron que, a partir de las excavaciones arqueológicas del siglo XIX, fuera conocida como la ciudad del oro.

Su historia sigue más o menos la línea de evolución del resto de las ciudades etruscas: al principio (siglo IX a.C.), había dos pueblos en lo alto de las montañas. Lo único que se conoce de este momento son las necrópolis, con tumbas que van desde el simple agujerito en el suelo para el más desgraciao hasta los grandes túmulos con enterramientos colectivos y ajuares alucinantes. A un cierto punto se abandonan estos dos pueblos y la peña se va a vivir toda junta a lo alto del monte (siglo VIII a.C.), naciendo así la ciudad, Vatluna en etrusco. Durante casi dos siglos es la reina de la fiesta: muchos historiadores romanos la citan en sus obras. Según algunos, como Silio Itálico y Tito Livio, Roma adoptó aquí sus símbolos de poder: la silla curul, el fasces del lictor y la toga praetexta. Hasta que la cosa empieza a ir más floja. Parece que se recupera cuando los romanos destruyen la ciudad de al lado, llegó incluso a acuñar moneda, pero durante la dominación romana se convertirá en un centro secundario.
 
Vista del pueblo de Vetulonia.
 
En algún momento de la Edad Media pasó algo curioso: El pueblo en el que se había convertido Vetulonia cambió su nombre por el de Colonna di Buriano, perdiéndose completamente la ubicación de la ciudad. Vamos, que cuando alguien leía en los textos antiguos algo sobre la ciudad, no la sabía identificar con ninguna población existente todavía. En el siglo XVIII los historiadores empezaron a darse de bofetadas, cada uno defendiendo una teoría distinta que identificaba Vetulonia con alguna ciudad (Viterbo, Vulci…). El combate lo ganó un médico de pueblo y arqueólogo aficionado a principios del siglo XIX. El colega se puso a excavar como loco por todo el pueblo y alrededores, encontrando de todo: calles, casas, tiendas, tumbas… Y entre todos los objetos desenterrados los dos más importantes fueron dos monedas del siglo III a.C. en las que se leía VATL, abreviatura de Vatluna. El reconocimiento del mundo académico llegó con el decreto que en 1887 devolvió al pueblecito su antiguo nombre perdido.

En fin, que me enrrollo. El caso es que llegamos allí el primer día a eso de las 8:30 de la mañana. Y lo hicimos bien despiertos a pesar de la hora. Ibon tenía un método infalible para espabilarte: poner en la radio de su coche rock y heavy a toda pastilla durante todo el trayecto. Cuando llegamos, Osbaldo nos presentó al grupo de trabajo, varios chavales bastante jóvenes de una cooperativa de la región de Umbria y varios voluntarios. Nos acogieron estupendamente (dos pares de manos gratis nunca vienen mal) y nos empezaron a explicar el panorama.

Hay que decir que el sitio no estaba nada mal. No era un pelagartal perdido en el culo del mundo, como muchas veces pasa (ya os contaré alguna experiencia de ese tipo). Estaba a las afueras de la ciudad, en la zona arqueológica excavada en los años 80, con bastantes árboles alrededor. El objetivo de nuestra excavación era entender un poco mejor una zona en concreto. Lo único que se veía era una calzada (carretera de lastras de piedra) subir la cuesta hasta desaparecer en un terraplén. A un lado parecía que un muro cortaba dicha calzada, haciéndola más estrecha en ese punto (Eso para un arqueoloco es guay, porque quiere decir que el muro se hizo después de la calzada). Se pretendía entender el trayecto de la calzada y a qué se correspondía ese muro.

Vista de la estancia que estábamos excavando y un poco más atrás la calzada.

Empezamos a darle al pico y en esto que a la media hora oigo a Ibon decir con ese acento tan de Bilbao: “¡Anda, una moneta!” ¡El cabrón había descubierto una monedita el primer día de su primera excavación! Si es que cuando alguien es tan grande como él, lo es en todos los campos.

La "moneta"

Diverso material cerámico encontrado los primeros días de trabajo.

Fueron tres semanas de octubre geniales. El trabajo era duro, pero no nos llovió ni una sola vez, la gente, incluida la directora del museo del pueblo, nos hizo sentir parte del equipo desde el primer día, y pude ver técnicas que no había visto nunca, como el uso del georadar (Es como hacerle una ecografía al suelo para ver si hay algo debajo). Al final llegó esa sensación de la que os hablaba al principio de haber hecho algo grande en cierto sentido.

¿Los resultados? Pues bastante importantes para lo que es el mundillo (A los que estéis fuera del mundillo os parecerán una mierda, aviso. Tenéis que entender que la perspectiva sobre lo que mola una cosa es directamente proporcional a los días que te tiras comiendo tierra). El muro resultó pertenecer a una casa o “domus” que fue destruida por un incendio (se encontraban trocitos de carbón por todas partes). En la habitación que se excavó apareció un “dolio” o tinaja grande de cerámica clavada en el suelo para almacenar alimentos. Estaba enterita y para vaciarla uno de los voluntarios se tuvo que meter dentro. Por desgracia, en su interior sólo había restos de tejas y carbones, nada del otro mundo.

El dolio cuando acababa de aparecer.

Al día siguiente...

Y finalmente excavándolo.

Ahí acabó la campaña en la que nosotros participamos, pero luego hubo otras a las que no pudimos ir por distintos motivos. Y fue una faena, porque la cosa se puso bastante interesante. Al lado del dolio que encontramos aparecieron los restos de otros dos, la sala resultó que conservaba el pavimento original, el muro tenía casi un metro de altura conservado y hasta restos del estuco de las paredes, algo bastante raro. Los trabajos siguen adelante poco a poco, teóricamente habrá una nueva campaña de excavación antes de Navidad. Si participo ya os enterareis por el canal habitual.

La excavación un año después.

Hasta aquí vuestra primera lección de arqueología. Espero no haber sido muy plasta. ¡Muy pronto más y mejor, que estoy que lo regalo!

sábado, 6 de abril de 2013

De termas y terremotos.

Cuando te dicen que pienses en algo típico de Italia… ¿qué se te viene a la cabeza? El Coliseo, la pizza, la ópera, los antiguos romanos, la Sofía Loren, el fútbol, el Papa, la última chorrada de Berlusconi…. Son infinitas las respuestas, Italia siempre ha sabido venderse muy bien de cara al extranjero (bueno, menos por lo de Berlusconi) y todo el mundo, vayas a donde vayas, tiene una imagen más o menos tópica de este país. Pero seguro que son muy pocos los que piensan en algo genial y que resulta que aquí está por todas partes: los manantiales de agua termal.

Italia es muy inestable desde el punto de vista sísmico. Está llena de volcanes, tanto activos (el Etna, el Vesubio, el Stromboli…) como inactivos. Por no hablar de los terremotos, que de vez en cuando se hacen notar (yo aún no he notado ninguno) y a veces son bastante dramáticos. Rara es la ciudad italiana que no ha sido destruida alguna vez por uno. Ahí tenemos a L’Aquila, en Abruzzo, que desde 2009 está en ruinas, pero eso sí, haciendo rico a más de un cabrón especulador, o los alrededores de las ciudades de Módena y Ferrara, afectadas por varios temblores durante el 2012.

Peeeero, también tiene sus cosas “buenas”: si no hubiera sido por el Vesubio las ciudades romanas del golfo de Nápoles no habrían llegado hasta nosotros, muchos volcanes inactivos, sobretodo en el centro de Italia, se han convertido en lagos (el Bolsena, el Trasimeno, el Nemi…) y no hablemos ya del paisaje de Sicilia con el Etna echando humo. Pero lo más práctico y curioso es la gran cantidad de fuentes de agua termal que te encuentras a lo largo y ancho de la bota. Y claro está la Toscana no iba a ser menos. Es más, en Grosseto tenemos, entre otros, dos manantiales muy famosos: Saturnia y Petriolo.


Teatro de Taormina con el Etna al fondo, en Sicilia.

Antes de nada deciros que lo más alucinante de estos sitios es que son gratuitos. Bueno en realidad están las dos opciones: puedes pagar en alguno de los establecimientos tipo spa que hay por la zona, bastante caritos, o se puede optar por la versión más auténtica y dominguera, que para mi vale más la pena, en la que el acceso es completamente libre, de día y de noche.

Saturnia es el típico pueblecito toscano: pequeñito, en un alto dominando un pequeño valle y con casitas de piedra y callejas estrechas. Existía ya en época romana y puede que también etrusca. Como os podéis imaginar, los romanos, que eran muy apañados, ya explotaron los manantiales de las cercanías construyendo termas. Como el agua ya viene caliente de fábrica, se ahorraban el tener que estar calentándola.

Una de estas fuentes, a dos kilómetros del pueblo, gratuita, con aparcamiento y chiringuito incluidos, es conocida como las cascadas del Molino o del Gorello. En ellas, un potente chorro de agua sale de la tierra a una temperatura de 37’5 grados y escurre por la ladera hasta llegar al río. A lo largo de este breve recorrido, los minerales que lleva el agua han formado pequeñas piscinas en la pendiente. Las piscinitas blancas, escalonadas unas sobre otras, el agua azulada y la nube de vapor crean un paisaje espectacular y sobretodo inesperado (por no hablar del tufazo a huevo podrido que hay por todas partes debido al azufre que contiene el agua).

Cascadas y bañeras de Saturnia.

Termas de Saturnia, con el antiguo molino al fondo.

Aquello se llena siempre de gente, en invierno y en verano, que utiliza el antiguo molino abandonado como vestuario improvisado. Dicen que las aguas tienen propiedades benéficas para la piel y la circulación. A lo mejor hay algo de verdad en eso (las picaduras de mosquito dejan de picar cuando te metes en el agua). Lo que sí es seguro es que después de una sesión allí hay que lavar al menos un par de veces el bañador para quitarle la peste. ¡Ah! Y la plata se vuelve negra, así que ojito con los pendientes.

El problema de Saturnia es que está un poco alejada de Grosseto (a tomar por culo vaya), así que algo más cerquita tenemos las termas de Petriolo. Para llegar se coge la Statale 223, la carretera que une Grosseto con Siena, y se toma el desvío hacia el pueblo de Pari, siguiendo después las indicaciones hacia las termas. De esta manera se baja hasta el fondo de un profundo valle cubierto de bosques de encinas y castaños. La peste y los coches aparcados de mala manera en la cuneta indican el lugar. También son gratuitas y de libre acceso continuo, aunque no tienen ni aparcamiento ni restaurante o bar cerca.

Aquí también anduvieron los romanos trajinando con el agua, aunque las primeras noticias que se tienen del lugar son de época medieval. De este momento datan las ruinas que se ven alrededor de las termas (unos altos muros semienterrados y una torre defensiva que convirtieron a Petriolo en las únicas termas fortificadas), los restos de un puente al lado del puente actual y una pequeña iglesia románica.

Termas de Petriolo.



El agua mana a una temperatura de 43ºC y escurre por la pared hasta llegar al río Farma, formando a su paso las típicas bañeritas de cal. Las propiedades curativas del agua y del barro son conocidas desde antiguo, sobretodo para enfermedades de la piel y las articulaciones. El Papa Pio II, de origen sienés, vino aquí en 1548 para curarse de la artritis que padecía, y dijo que la misa que había dado en la iglesia vecina había sido la más bonita de toda su vida.

La diferencia con Saturnia es que aquí tenemos el agua caliente del manantial y la fría del río, por lo que se pueden hacer tratamientos para mejorar la circulación. Bueno, otra diferencia es la cantidad de perroflautas que a veces te encuentras allí y que lo dejan todo lleno de mierda… (Tanto aquí como en Saturnia no está de más entrar en el agua con chanclas, no es que aquello se vea sucio pero más vale prevenir).

Estos son solo dos ejemplos de la cantidad de termas existentes en Toscana e Italia y un motivo más para visitar este bonito país. Más y mejor en el próximo post. Un abrazaco.

Lecturas de viaje: Yo, Claudio

¡¡¡¡¡Señoreeeeesss!!!!! Sección nueva, si es que estoy que lo regalo, sección por día. No paro de crear. Esta vez intentaré enriquecer vuestras inquietas mentes con algo muuuucho más interesante que mis viajes y mis frikadas. Aquí se hablará de libros, cuentos y relatos en general que tengan que ver con Grosseto o con la Toscana. Porque leer enriquece la mente, es relativamente barato y no hay otra cosa mejor que hacer en el metro cuando se va o se vuelve del curro. Y como decían en la Bola de Cristal:



Y para empezar, visto el sitio al que está dedicado el blog (Italia, por si alguno no se había enterado aún), que mejor que una de romanos, un clasicazo de los que hacen época. Bueno, en realidad son dos: “Yo Claudio” y su secuela “Claudio el dios y su esposa Mesalina”, ambas de Robert Graves. Si queréis saber un poco más sobre la caída de la anquilosada República y el nacimiento del Imperio estos son vuestros libros. En ambos el narrador es el propio emperador Claudio que, viejo y cansado, viendo acercarse el fin de sus días (vamos, que ve que se lo van a cargar), decide escribir sus memorias. En “Yo Claudio” comienza mucho antes de su nacimiento, con la caída de la República y el alzamiento de Augusto, que poco a poco se hará con el control del gobierno, instaurando el Imperio, y termina con la proclamación de Claudio como emperador. En el segundo se limita a contarnos los años de su reinado.




A lo mejor os suenan más por la miniserie de trece episodios que la BBC produjo en 1976 y que aún hoy reponen en la tele de vez en cuando, titulada como el primer libro aunque incluye los dos. Entre los actores, que eran ciento y la madre, seguramente conozcáis a Derek Jacobi, que interpretaba a Claudio, o a John Hurt, que hacía de Calígula y que os sonará porque ha interpretado al vendedor de varitas mágicas en la serie de Harry Potter, al padre adoptivo de Hellboy, o al malo de “V de Vendetta” entre otros muchos.



Tranquilos que las novelas no son para nada aburridas, o al menos a mi no me lo parecieron. Son más parecidas a un culebrón que a una novela histórica convencional, sobretodo la primera. Además de datos históricos de los de siempre (batallitas, discursos en el senado, política…) tenéis todos los cotilleos y detalles morbosos que os podáis imaginar sobre los miembros de la dinastía Julio-Claudia, y creedme, no eran pocos: matrimonios, incestos, envenenamientos, orgías, destierros, luchas de poder… Vamos, que comparada con una cena en esa casa la Guerra de Troya era una berbena de barrio. No hay más que ver el árbol genealógico para darse cuenta que muy normales no podían salir…



Y todo bastante bien documentado; Graves utilizó como fuente a autores clásicos que conocieron a los protagonistas o que tuvieron acceso a fuentes históricas de primera mano (Tito Livio, Tácito y sobretodo Suetonio con su “Vida de los doce Césares”). Aun así, las fuentes nunca son del todo fiables y no hay que olvidar que esto es una novela y por tanto la ficción aparecerá siempre, mejor o peor disimulada, así que no lo toméis como un libro de historia. Aunque muchas cosas sean ciertas, ES UNA NOVELA.

¿Y qué tienen que ver estos libros con Grosseto? Y más teniendo en cuenta que es una ciudad de fundación medieval, es decir, no existía como tal en época romana. La respuesta se encuentra en dos lugares: la vecina ciudad de Roselle y el museo arqueológico.

De Roselle ya os hablaré más adelante, sólo os diré que era una antigua ciudad de origen etrusco que se encuentra a unos 10 kilómetro al norte de Grosseto y que fue abandonada definitivamente entorno al siglo IX a favor de la ciudad actual. Durante las excavaciones arqueológicas que se llevaron a cabo allí en los años 60 apareció un templo, el Augusteo, construido durante el reinado de Claudio y dedicado al culto de la familia imperial. En su interior se encontró el grupo escultórico más extenso y de mejor calidad conocido hasta ahora de estatuas que representan a varios miembros de la dinastía Julio-Claudia. Hoy es posible verlo en la Sala de las estatuas del museo de Grosseto.




La sala impresiona. Grande, pintada de blanco, y llena de estatuas y bustos de mármol de muchos de los personajes no sólo de la novela sino de uno de los momentos más apasionantes de nuestra historia. Es como si Medusa (el monstruo mitológico que convertía al que le miraba en piedra, no el bicho que da por culo en la playa) se hubiera dado un garbeo por la sala.

La sensación de estar rodeado por el silencio del museo, sólo, y con todas esas miradas fijadas en ti, miradas congeladas en el tiempo, es sobrecogedora. Germánico, padre de Calígula y hermano de Claudio, aparece vestido con la toga y el brazo levantado, en el momento de dirigirse a los miembros del Senado. Desde un lado, Drusila, su hija y favorita de Calígula, le mira, mientras que el busto de Claudio parece observar a sus dos hijos, el niño Británico y la jovencita Octavia. Como ellos, otras tantas estatuas de hombres, mujeres y niños y cerrando el conjunto, la pareja fundadora, Augusto y su esposa, Livia, representados como los dioses Júpiter y Ceres.

Augusto como Júpiter.

Octavia, hija de Claudio.


Livia como Ceres.

Pero este no es el único sitio de por aquí cerca relacionado con la novela (tranquis que ya corto el rollo). Ahora cuando un hijo, un nieto o un padre nos toca un poco los cojones, le decimos que salga a dar una vuelta, pero en la antigua Roma directamente se desterraba al susodicho, mandándole al culo del mundo o a una isla canija, que en Italia hay muchas. Pues bien, eso es lo que le pasó a Póstumo Agripa, último nieto vivo de Augusto y su heredero oficial. No se sabe el motivo por el que el abuelo se cogió el berrinche con el chaval. Dicen que porque era homosexual y se pasó de la ralla, otros que fue culpa de Livia, que malmetía… (En la novela Graves se inventa otro motivo, también bastante morboso). El caso es que en el año 7 el principito fue desterrado a una isla, de la que no volvería a salir nunca más porque cuando el abuelo murió en el año 14, Tiberio, el nuevo emperador y padrastro de Póstumo, le mandó asesinar (si ya os decía yo, una familia cojonuda).

El caso es que esa isla es una de las siete que forman el archipiélago Toscano. Se llama Pianosa (porque es plana), está cerca de la isla de Elba y sí, tendrá unas playas cojonudas y un agua transparente, pero no deja de ser un pelagartal de 10 kilómetros cuadrados en medio del mar. Eso sí, el Póstumo se lo montó que te cagas. Se construyó una villa (una especie de palacete), con sus termas y su teatro que miraba al mar (porque el destierro no justifica la falta de glamour), y dicen que no se privaba de nada, con fiestas y orgías llenas de niñatos en pelotas. El colega acabaría con una espada en la tripa, pero hay que reconocer que aprovechó el tiempo.

Y hasta aquí el post literario, un poco largo pero bastante interesante ¿no? Dos libros, una serie, un museo y una isla, si es que estoy que lo regalo. Los siguientes serán más cortitos, prometido.

¡¡¡Oído cocina!!! La porchetta.

¡Chavales, inauguramos sección! La primera sección temática oficial de este blog, y no podía ser de otra manera, dedicada a la gastronomía de este gran país. Y os equivocáis si creéis que la comida italiana se reduce a los espaguetis carbonara, la pizza y el helado. Todo eso es verdad, lo hacen genial, pero es que hay mucho más. Sería como decir que la cocina española no va más allá de la paella y el jamón serrano

Esta gente es como nosotros, en la mesa adoran el cerdo sobre todas las cosas. Y aunque por lo general para mi gusto no llegan al nivel de los embutidos españoles (mi dispiace ragazzi, comunque voi avete tante altre cose insuperabili), no se quedan cortos. Es más, tienen cosas que nosotros no tenemos, y una de ellas es la protagonista de este post: la porchetta.

Uno de los puestos del mercadillo semanal de Grosseto.

La porchetta es un plato típico de la Italia central que le pasa como al Quijote, nadie sabe donde ha nacido pero son varios los pueblos que se dan de bofetadas por llevarse el mérito. Tampoco se sabe quién la inventó, si los etruscos, los romanos o los marcianos, pero sinceramente, a quién le importa. Está buenísima y punto. Lo que si es seguro es que hay dos tipos, según con que hierba se sazone la carne: hinojo silvestre en Umbria, Marche, Romagna y alto Lazio y romero en Toscana y Castelli Romani.

La receta es tan simple que cualquiera la puede hacer en casa... Solo necesitamos un cerdo de un año, 6 kilos de sal, 6 de pimienta, 2 kilos de dientes de ajo, una buena cantidad de hinojo o romero y una ramita de perejil. Vamos, nada que no podamos encontrar en cualquier casa. Se coge el cerdo, se mata, se abre en canal y se vacía, guardando solo el hígado y se deshuesa. Atención, no cortéis la cabeza. El interior se lava y se sazona con la sal, la pimienta, los dientes de ajo enteros, sin pelar, las hierbas y el hígado cortado en trozos. Luego se cierra el bicho con una cuerda y se mete a cocer en un horno de leña entre dos y cinco horas, dependiendo del tamaño del bicho (Quien no tenga un horno de leña en su cocina no es un ser humano completo).

Una porchetta a punto de ser estrenada.

El resultado es una especie de salchicha gigante con cabeza de cerdo que se va cortando en rodajas. Por lo general se come en bocadillo y el sabor es parecido al del lacón, pero más fuerte y muy especiado. Os lo encontráis en todos los mercadillos y sagras (fiestas temáticas) de todos los pueblos y ciudades del centro de Italia.

Y como no, lo mejor para acompañar un panino con la porchetta es una birra Moretti como Dios manda. En Grosseto era el menú de los jueves, ¿verdad, muchachada? Jejejeje.
 
Degustando el producto final (las cervezas estaban por ahí detrás).
 

Un Palio a la gañana.

Bueno, como sé que a muchos de vosotros el rollo de la historia, los museos y tal os aburre (y no quiero mirar a nadie…), hoy os contaré una de las primeras excursiones que hice por estos lares, que sinceramente, en la escala de fricadas está bien alta. Pero antes os tengo que hablar un poco de una de las fiestas italianas más famosas a nivel mundial y que se celebra en una ciudad de aquí cerca: el Palio de Siena. Sí, lo sé, los puristas me diréis que Siena ya no está ni en la Maremma ni en la provincia de Grosseto, pero esperaros un poco, que todo tiene una explicación.

 Siena es un lugar verdaderamente único, que sería perfecto si no tuviera el clima de mierda que tiene, si fuera un poquito más cómoda vivir en ella y si estuviera mejor comunicada. Pero bueno, esos “pequeños” defectos contribuyen también a su encanto. De fundación etrusca, alcanzó un gran desarrollo durante la Edad Media, cuando era una república independiente conocida en toda Europa por sus comerciantes y banqueros. Luego llegó la Peste Negra y lo echó todo a perder, pero bueno, eso es otra historia. El corazón de la ciudad, entorno al que se articulan las principales calles, es la Piazza del Campo, en mi opinión una de las plazas más bonitas de Italia en mi opinión. Tiene forma de concha, el suelo es de ladrillos y está dividida en nueve triángulos, por las nueve familias que formaban antiguamente el consejo de la ciudad. Allí está el palazzo del comune (el ayuntamiento) con su famosa Torre del Mangia y es donde tiene lugar desde 1644 dos veces al año el famoso Palio, una carrera de caballos entorno a la plaza.

La Piazza del Campo desde el aire.

Esto, que a primeras parece una curiosidad como otra cualquiera, es casi como una religión para la mayoría de sieneses y entorno a la carrera se ha ido creando con el tiempo una ceremonia y un fanatismo que llega a límites verdaderamente curiosos. En la carrera participan diez de los diecisiete barrios (o contradas) en los que se divide la ciudad, que vienen a ser algo así como nuestras peñas. Cada barrio tiene una bandera, con unos colores propios, un símbolo (que por lo general es un animal: la lechuza, el águila, la pantera, la tortuga, el puercoespín, la oca…), una iglesia, donde se bendice el caballo antes de la carrera y donde se guardan los materiales de la contrada (trajes, instrumentos, banderas), una fuente, donde se bautiza a los nuevos miembros, una sede, donde se celebran las reuniones, cenas y fiestas de los miembros, una serie de cargos oficiales que vienen elegidos de tanto en tanto, etc.

Casa del caballo de la contrada della lumaca (del caracol).
 

Escudo de la contrada dell'Aquila, en una de sus calles.

Durante la carrera prácticamente no hay reglas, los jinetes se hacen de todo entre ellos. De hecho, lo que cuenta es que llegue el caballo, si lo hace con o sin jinete da igual. Y claro está, el fanatismo llega también a la gente. Algunos años los miembros de una contrada han dado una paliza al jinete de otra, o han intentado drogar o lesionar a los caballos. Existen rivalidades entre algunas de estas contradas, que desde hace siglos no se soportan, como las del caracol y la tortuga, la oca y la torre o la pantera y el águila. Y esto influye en aspectos de la vida cotidiana de la gente como los matrimonios y los hijos. Hay autenticas luchas dentro de los matrimonios pertenecientes a distintas contradas por ver en cual de ellas se inscribe a los hijos.

¿Y todo esto para qué? Pues para ganar el palio, un estandarte de tela pintada en el que un artista famoso (cada año uno distinto) representa a la Virgen.

 El caso es que Siena no es el único sitio donde se celebra un Palio. Otras muchas localidades también lo hacen o lo han hecho a lo largo de su historia (parece ser que incluso Grosseto celebraba uno allá por el siglo XIX). Pero claro, no en todas partes tienen las pelas y los recursos de Siena, así que adaptan la tradición como pueden y celebran il palio dei ciucchi (el palio de los borricos), un palio a la gañana.

Mi compañero de piso, Michele, me dijo que en Campagnatico, un pueblo de por aquí cerca, iba a celebrarse una de estas carreras de burros y que si me apetecía acompañarle. El pueblecito era muy chulo, no tiene nada de especial pero es de esos sitios que vale la pena visitar. Chiquitín, en lo alto de una colina con unas vistas alucinantes a un valle. Estaba lleno de gente y mientras esperábamos a que la carrera empezara, dimos una vuelta por sus cuatro calles. Parecía una Siena en miniatura, con las casas de ladrillo y piedra, las calles estrechitas y banderas distintas adornando cada barrio (en este caso eran sólo cuatro las contradas). Antes de la carrera los miembros de cada barrio salieron en desfile hacia la línea de salida, todos vestidos en plan medieval y con los borricos, dos por contrada.

Borriquillos antes de la carrera.


Calle principal de Campagnatico decorada con las banderas de una de las cuatro contradas.


Banderas en una de las calles de Compagnatico.


La carrera era en la carretera que bordea el pueblo, pero sólo un trocito, duraba 20 segundos jajajaja. Aquí os dejo el video con una de las dos que hicieron.

 

Si por casualidad alguno está interesado en el Palio de Siena y quiere saber más aquí os dejo una página con toda la info: http://www.ilpalio.org/